Por: Agencias, Domingo, 06 de Abril de 2008
La propia existencia de esta película raya en el milagro, y esa misma condición se convierte en un problema a la hora de valorarla desde un punto de vista crítico.
México, D.F.
SINOPSIS
Ahlaam (Sueños), nos lleva a un viaje que empieza en un psiquiátrico de Badgad la noche en que las fuerzas estadounidenses empiezan su campaña denominada "Conmoción y pavor", preparándose para la invasión final.
Mientras las bombas caen silenciosamente desde el cielo, el hospital se queda sin electricidad y dos pacientes (un hombre y una mujer) caminan en sus celdas angustiados y atónitos, al tiempo que un joven doctor intenta llamar a la calma y restaurar la corriente en un edificio en tinieblas.
Nos movemos entre el pasado y el presente de tres vidas iraquíes enredadas en el caos creado por el régimen de Saddam Hussein y la campaña bélica norteamericana.
LA VIDA DIARIA
La película narra la historia de tres personajes que tratan se sobrevivir en una ciudad invadida por fuerzas extranjeras. De hecho, la única posición honrada para abordarla es distinguir entre las circunstancias en que fue realizada (dos años después del inicio de la guerra de Iraq, con la única cámara de 35 mm. existente en todo el país y en las peores condiciones imaginables, secuestro de una parte del equipo incluido) y sus resultados artísticos. Desde la primera perspectiva, no deja de ser admirable que sus responsables no hayan cejado en ningún momento en su empeño de llevarla a término a pesar de todas las dificultades.
Así, su visionado se convierte en un testimonio insustituible, pues frente a una cinta como, por ejemplo, "Redacted", de Brian de Palma, en este caso son los propios iraquíes quienes narran sus sufrimientos antes y después de la invasión, y los soldados norteamericanos tan sólo la presencia que sobrevuela el caos y la destrucción que una noche se abalanzan sobre Bagdad, la fuerza a la que temer, como las milicias o el omnipresente Saddam Hussein de los años previos a la caída de su régimen. Una perspectiva que enriquece el film, y que lo convierte en imprescindible para quien quiera asomarse al laberinto en el que se encuentra sumido en estos momentos el país asiático.
Sin embargo, hay otra perspectiva que tampoco podemos obviar, y es la de si los resultados están a la altura de sus intenciones, y es inevitable decir que no. Indudablemente, la situación de extrema precariedad con la que ha sido realizada influye en que la historia de los tres personajes a los que el bombardeo estadounidense encuentra en el interior de un psiquiátrico (un soldado desertor, una mujer que ha visto cómo la policía secreta se lleva al hombre que ama durante la celebración de su boda, y un joven médico altruista que intenta, en mitad del caos y la falta de medios, cuidar de sus pacientes), no acabe de funcionar como ficción. Los diálogos, la manera en como se van sucediendo las escenas, tienen mucho de aficionado, y eso impide que, en más ocasiones de las deseables, la dureza de las tres historias llegue con la potencia debida al espectador.
Claro que de fondo está una Bagdad desolada que posee más fuerza en su capacidad de transmitir el caos y la barbarie que los más sofisticados efectos especiales, con esas calles sin ley en las que cualquier cosa es posible. Quizá podría pensarse que la comparación con las películas neorrealistas rodadas justo al acabar la Segunda Guerra Mundial sea injusta, por cuanto la situación en la Italia liberada, aunque extrema, era la de un país que empezaba a salir de su pesadilla, mientras que aún resulta imposible vislumbrar la luz al final del túnel iraquí. Pero tampoco parece menos cierto que Mohamed Al-Daradji no es Roberto Rossellini, y que los logros de uno y otro se antojan demasiado lejanos.
Finalmente, cabe plantearse: ¿qué es lo que debe pesar más a la hora de emitir una opinión sobre esta cinta? ¿Tener en cuenta su condición de grito desesperado, de llamada de socorro que a duras penas (la película fue hecha hace tres años) encuentra minúsculos huecos en los qué dejarse oír en medio de visiones ajenas del infierno en el que se han convertido sus calles? ¿O dejar todo ello a un lado y compararla con el resto de los títulos que llegan a nuestra cartelera, realizados a buen seguro en mejores condiciones, o sin que al menos la vida de los que participan en ellos estuviese en riesgo? Una cuestión que, en último término, es el espectador quien debe responderla.
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